Ir al contenido principal

Amar es nuestro superpoder.

Desde pequeña siempre he estado preocupada con mi propósito de vida, es una inquietud que me ha acompañado hasta la edad adulta y, aunque con el tiempo he ido adquiriendo cierta sabiduría, no deja de  perseguirme. En la niñez y adolescencia, cuando descubría que personas a mi alrededor tenían las cosas claras y estaban convencidas de aquello que querían ser, no podía evitar admirarlas grandemente porque a mí me era casi imposible tener ese nivel de seguridad. Me gustan muchas cosas, casi todas ellas ligadas al arte: me gusta la historia, el cine y las series, me encanta bailar, cantar, dibujar, leer, escribir, tratar con la gente, viajar…

Amar es nuestro superpoder.

Cuando tienes tantas aficiones es difícil escoger una sola o percibir cuál de ellas realmente te gusta y se te da bien. Durante años creí que no era capaz de encontrar mi pasión por padecer de indecisión patológica y, aun cuando no es menos cierto que la duda es un rasgo predominante de mi carácter, comprendí que a muchos nos sucede lo mismo.  Son pocos los que poseen esta certeza a temprana edad y la mayoría no la tienen ni aún en la adultez. Una vez escuché en una serie que las personas envejecemos demasiado rápido y maduramos muy tarde. Desde mi humilde opinión, creo que es cierto, pues cuando alcanzamos un grado de sabiduría sólido prácticamente estamos ya en la mediana edad, salvando algunas excepciones. Si analizamos en profundidad este hecho podemos ver con claridad cuán complicado es escoger una profesión a los 16 o 18 años, edad en la que los jóvenes acceden a sus estudios de formación profesional o van a la universidad. No es compatible el rango de edad donde tenemos  mayor capacidad de aprendizaje con el cénit de nuestra madurez y la mayoría hacemos lo que podemos para intentar elegir satisfactoriamente un oficio o un título que nos ayude a ganarnos la vida en el futuro. Gracias al paso de los años he comprendido que no debo martirizarme por haber estudiado para una profesión que no me apasiona demasiado. Al contrario, el saber no ocupa lugar y gracias al título que obtuve he podido sostenerme de forma independiente. La vida es un aprendizaje y podemos cambiar de oficio cuando queramos si tenemos fuerza de voluntad: nuestra mente es la única barrera. Los seres humanos evolucionamos y en el viaje de la vida vamos averiguando cuál es nuestro sitio y dónde somos de más utilidad. El cambio es algo natural, no debemos tener miedo a comenzar de nuevo, nunca es tarde para realizarnos como seres humanos: la vida posee tesoros de valor incalculable a los que yo llamo “posibilidades”. Además, lo fundamental es poder disfrutar de aquello que nos cautiva, si te gusta bailar, ¡baila!, no es tan importante dedicarte a ello profesionalmente sino gozar intensamente la felicidad que te produce dicho acto. 

Hobby.

Las circunstancias de mi vida me llevaron por rumbos que me imposibilitaron ser una artista profesional, pero durante mis años mozos pude cantar en el coro del centro cultural de mi municipio, bailé por mi cuenta hasta decir basta y tuve la oportunidad de formar parte del maravilloso espectáculo de mi amigo y hermano Wily Vergara al que considero un gran compositor y artista, y de cuya experiencia gané una familia, pues tanto él como mis compañeros del grupo musical serán siempre parte de mi ser. Hoy, intento seguir bailando cuando puedo y estoy esforzándome por recuperar la creatividad que a veces descuido por causa del estrés del día a día. Si lo pienso bien he sido afortunada, pues durante toda mi vida he tenido el privilegio de hacer aquello que me gusta y, aunque quizá no haya llegado lejos en el desarrollo de esas habilidades o talentos, sí me he complacido en ellas. Es menester cambiar el enfoque, y centrarnos más en el disfrute que en el éxito. Éste último está vinculado a la fama, el dinero y el reconocimiento, cosas superficiales que no aportan paz al alma humana. Y no es que sea malo en sí el éxito pero la obsesión por el mismo nos lleva a un abismo lleno de insatisfacción que mina nuestra autoestima cuando no logramos alcanzarlo. Y digo más, creo que no tenemos un sólo propósito, cada etapa y experiencia vivida despierta un nuevo talento en nosotros: hasta el final de nuestros días hay probabilidades de transformación y nuevas cosas en las que emplearnos. Soy de la opinión de que sólo existe una única misión que no cambia en el transcurso de nuestra existencia y es la misión de dar amor. Tener la capacidad de amar es nuestro superpoder, nuestro mayor talento, y la necesidad de ser amados nos une, nos convierte en familia, en comunidad.

Realización.

El amor es el objetivo más digno que puede perseguir un ser humano, no hay nada que reconforte más que ayudar a otros, pues en ese intento el ayudador sale incluso más beneficiado que el necesitado. Creo que nuestro verdadero y más puro propósito de vida es amar. No existe nada que me llene más que escuchar la voz de mi familia en Cuba cuando hablamos por teléfono o compartir unas risas con un gran amigo o ser querido.

Propósito.

Cultivemos el amor cada día para que éste ilumine la oscuridad que hay en nosotros. 

"Amarás a tu prójimo como a ti mismo". 

Mateo 22:37.


Con afecto,

Solanye Ramírez 🌹












Comentarios

Entradas populares de este blog

Antifaz.

Como una ola que irrumpe y arrastra llega el rechazo. Es desechada de nuevo, etiquetada como no apta mediante alegaciones falsas y condescendientes. Se siente insuficiente. Pero nada más lejos de la realidad, simplemente, han encontrado a alguien que puede ser explotado de forma más minuciosa y desconsiderada. Ha sido burlada, ninguneada, aunque es válida y capaz como cualquiera. Está harta de mostrarse suplicante, desesperada, ¡vulnerable! “Voy a hacerme valer”, murmura para sus adentros. Acaba de comprender que es mejor rechazar lo que no merece y donde no le merecen. “Tiene que existir un proyecto donde se honre al obrador eficiente”, se pregunta. “¡Allí seré correspondida!”, sueña. Y ese proyecto existe y le espera. Podrá encontrarlo cuando sea valiente y descubra su rostro, cuando se quite el antifaz que ostenta el nombre:  IDONEIDAD.                                                                                                         

Quiero ser auténtica.

Hace ya un tiempo compartía videos en un canal de YouTube y fue una experiencia muy bonita, divertida, que me hizo conocer e interactuar con gente muy especial. Pero caí en un grave error: comencé a estar más preocupada por compartir, por grabar, que por disfrutar del momento en sí. Es difícil no dejarse arrastrar por el sinnúmero de estímulos a los que estamos sometidos durante todo el día. Vivimos en una sociedad hiperconectada y dependiente de la dopamina que proporciona cada like: este hecho apenas nos da espacio para el sosiego. Las redes sociales, que por cierto son muy útiles si sabemos gestionarlas, utilizan nuestra necesidad de encajar para mantenernos el mayor tiempo posible conectados. Si no ponemos límites a conciencia, nos convierten en unos espectadores virtuales adictos, que a su vez comparten contenido digital y tienen una vida más activa y consciente en la red que en la realidad misma. Entre la televisión, el ordenador, y el móvil caemos en un círculo vicioso abrumador