Hace ya un tiempo compartía videos en un canal de YouTube y fue una experiencia muy bonita, divertida, que me hizo conocer e interactuar con gente muy especial. Pero caí en un grave error: comencé a estar más preocupada por compartir, por grabar, que por disfrutar del momento en sí. Es difícil no dejarse arrastrar por el sinnúmero de estímulos a los que estamos sometidos durante todo el día. Vivimos en una sociedad hiperconectada y dependiente de la dopamina que proporciona cada like: este hecho apenas nos da espacio para el sosiego. Las redes sociales, que por cierto son muy útiles si sabemos gestionarlas, utilizan nuestra necesidad de encajar para mantenernos el mayor tiempo posible conectados. Si no ponemos límites a conciencia, nos convierten en unos espectadores virtuales adictos, que a su vez comparten contenido digital y tienen una vida más activa y consciente en la red que en la realidad misma. Entre la televisión, el ordenador, y el móvil caemos en un círculo vicioso abrumador de mimetismo social. Y es que inspirarse en otros enriquece, pero la falta de originalidad aburre y marchita. Yo en lo particular adoro el cine y las series, y agradezco el sinfín de posibilidades que nos ha ofrecido la tecnología, pero opino humildemente que nunca debemos dejar que todo ello reemplace el mundo real y sus maravillas. Mientras más conectados estamos más nos desconectamos de nuestro propio ser, de aquello que nos hace únicos.
Me di cuenta de que estaba perdiéndome el presente y el prodigio que te regala cada instante de esta vida fugaz, pero lo peor de todo es que estaba alejada de mí misma y de todo lo que me gusta hacer. Me encontraba inmersa en la vorágine frenética actual que se traduce en la obsesión por la productividad, por estar ocupada, en las prisas y la inmediatez en cada acción llevada a cabo, y en la hiperconectividad. Comencé a echar de menos a mi antiguo yo que se sorprendía con los pequeños detalles y rebosaba espontaneidad. Necesitaba empezar a relajarme y liberarme de tantos proyectos y tareas por hacer. El día tiene 24 horas y también hay que descansar, jugar, reír y disfrutar de la gente a la que quieres.
Después de una temporada de receso y reflexión tomé la decisión de practicar el contentamiento para apreciar lo que tengo y dejar de pensar en lo que me falta, para echar a un lado la ansiedad y unas expectativas demasiado altas y poco realistas sobre mí, que sólo me producen insatisfacción. Quiero vivir con calma para centrarme en lo que tengo, no en lo que me falta, para poder disfrutar cada momento y que esa tranquilidad me ayude cada día a recuperar el control de mi vida, de mi tiempo, ¡que me ayude a ser auténtica y creativa! Quiero reconciliarme con la niña que fui, redescubrirme, vivir el ahora, dejar de seguir la corriente, dejar de complacer siempre a los demás para escucharme más, para respetarme más. 🌹
Son sorprendentes los cambios que he comenzado a notar, me siento más tranquila, sana y alegre. Y por eso he vuelto, para compartir mis experiencias al respecto, aunque esta vez sin prisas y presiones autoimpuestas. Plasmaré sentimientos, reflexiones y aprendizajes que me han enriquecido. Estoy aquí para inspirar, desde la humildad, y para ser inspirada.
Doy las gracias a todos aquellos que apoyaron mi antiguo canal y te doy la bienvenida a ti que estás leyendo estas líneas ahora.
Mateo 6:34.
Con afecto,
Solanye Ramírez 🌹
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